
Más allá de los viejos bloques
amalgamados en concreto frío
sólido,
armazón de cualquier albañil laborioso
se encuentra plasmada mi plegaria
en donde convierto a ese viejo armatoste
como pedestal de mis angustias.
Veo el paredón de cualquier calle,
y más allá de consignas bonitas,
o de frases cliché
algunas reivindicando a los pueblos
otra alabando sombras pasadas
tal vez, entre la ingenuidad del frustrado
o sobre la desesperación del oportunista
incluso
más allá de palabras soeces,
en mi mente recorren deseos
quizás bizarros
o más bien, para algunos,
enfermizos,
para otros radicales
pero que para mí
son sencillamente necesarios,
más bien, imprescindibles.
Frente a ese paredón,
imagino al burgués indolente,
al latifundista que cree ser dueño de todo,
al insensible que destruye el planeta
todo por su afán de dinero,
al que usa a la mujer
no como un sujeto social
sino como un objeto material,
al que día a día usa los medios
para tergiversar realidades,
al que procesa mentiras repetidas cien veces
para convertirlas en verdades vacías y sin sentido,
al mercader de los sueños de todos
que día a día hace dinero con las ilusiones de otros,
para ellos,
mí largo Paredón.
Al policía corrupto y asesino
aquel que destruye familias por dinero
Paredón.
A los abogados que prefieren exprimir inocentes
solo para obtener honorarios
Paredón.
Al fiscal descarado, y al juez desgraciado
Que pone precio a su veredicto
sin importarle la consecuencia de su acción
Paredón.
Al ministro incompetente
que con su verborrea pretende mostrar sapiencia
y solo enseña sus garras mercantiles
Paredón.
Al funcionario arbitrario
que cada mañana pasa por encima de todos
Paredón.
al que habla de rojo pero que expide negro
al que vende los sueños de un pueblo
al que con consignas vacías
subestima a quien diariamente
intenta construir una sociedad mejor
sencillamente
Paredón.
En mí paredón,
no hay venganza
solo justicia
una justicia que es obra de la necesidad
de la esperanza de algo nuevo
que debe terminar de nacer
pero que no lo hace
mientras el cáncer que lo agobia
no sea extirpado.
Esa tarea no es mía
ni de hombres vestidos de verde,
es del obrero
del campesino
del estudiante
de la madre del barrio
del soñador
de las luchadoras incansables
que no reciben más remuneración
que su logro colectivo.
Todas ellas y todos ellos
deben portar el fusil
el de las ideas y el combate
presionar el gatillo
y acabar con toda esta inmundicia
con toda esta aberración descarada
para que sean ellos
quienes dejen lo malo
definitivamente
en el Paredón.