domingo, 3 de enero de 2010

PAREDÓN



Más allá de los viejos bloques

amalgamados en concreto frío

sólido,

armazón de cualquier albañil laborioso

se encuentra plasmada mi plegaria

en donde convierto a ese viejo armatoste

como pedestal de mis angustias.


Veo el paredón de cualquier calle,

y más allá de consignas bonitas,

o de frases cliché

algunas reivindicando a los pueblos

otra alabando sombras pasadas

tal vez, entre la ingenuidad del frustrado

o sobre la desesperación del oportunista

incluso

más allá de palabras soeces,

en mi mente recorren deseos

quizás bizarros

o más bien, para algunos,

enfermizos,

para otros radicales

pero que para mí

son sencillamente necesarios,

más bien, imprescindibles.


Frente a ese paredón,

imagino al burgués indolente,

al latifundista que cree ser dueño de todo,

al insensible que destruye el planeta

todo por su afán de dinero,

al que usa a la mujer

no como un sujeto social

sino como un objeto material,

al que día a día usa los medios

para tergiversar realidades,

al que procesa mentiras repetidas cien veces

para convertirlas en verdades vacías y sin sentido,

al mercader de los sueños de todos

que día a día hace dinero con las ilusiones de otros,

para ellos,

mí largo Paredón.


Al policía corrupto y asesino

aquel que destruye familias por dinero

Paredón.

A los abogados que prefieren exprimir inocentes

solo para obtener honorarios

Paredón.

Al fiscal descarado, y al juez desgraciado

Que pone precio a su veredicto

sin importarle la consecuencia de su acción

Paredón.

Al ministro incompetente

que con su verborrea pretende mostrar sapiencia

y solo enseña sus garras mercantiles

Paredón.

Al funcionario arbitrario

que cada mañana pasa por encima de todos

Paredón.

al que habla de rojo pero que expide negro

al que vende los sueños de un pueblo

al que con consignas vacías

subestima a quien diariamente

intenta construir una sociedad mejor

sencillamente

Paredón.


En mí paredón,

no hay venganza

solo justicia

una justicia que es obra de la necesidad

de la esperanza de algo nuevo

que debe terminar de nacer

pero que no lo hace

mientras el cáncer que lo agobia

no sea extirpado.

Esa tarea no es mía

ni de hombres vestidos de verde,

es del obrero

del campesino

del estudiante

de la madre del barrio

del soñador

de las luchadoras incansables

que no reciben más remuneración

que su logro colectivo.

Todas ellas y todos ellos

deben portar el fusil

el de las ideas y el combate

presionar el gatillo

y acabar con toda esta inmundicia

con toda esta aberración descarada

para que sean ellos

quienes dejen lo malo

definitivamente

en el Paredón.



1 comentarios:

Anónimo dijo...
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